Apodo cariñoso y un poco sarcástico para referirse a alguien que se anda con aires de grandeza, pero termina haciendo el mandado.
Ey, señorito, deje tanta charla y más bien vaya por las empanadas que tenemos hambrecita.
Se usa para referirse a alguien que es delicado o requiere muchos cuidados, como si fuera de alta sociedad, aunque no tenga un sol en el bolsillo.
¡Ay, mi hermano se cree el gran señorito! No quiere ni levantar su plato porque dice que se le arruinan las uñas.